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A rapa das bestas de Sabucedo

 

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Cuentan las leyendas de los sabucenses que el origen de la yeguada del santo se remonta a los años en los que la peste asolaba la comarca de Tabeirós y Terra de Montes. Dos hermanas muy devotas ofrecieron dos de sus yeguas a San Lorenzo, patrón de la parroquia de Sabucedo, a cambio de protegerlas y mantenerlas a salvo de aquella mortífera enfermedad. Las hermanas se refugiaron de la amenaza de la peste en una cabaña en un coto de su propiedad. Una vez pasado el peligro, regresaron a Sabucedo y cumplieron con su promesa al santo patrón. Aunque no hay constancia escrita de estos hechos, los historiadores suponen que la leyenda se originó durante el siglo XVI, cuando Galicia se vio asolada por la peste bubónica. Ahora bien, los arqueólogos, a raíz del hallazgo de unos petroglifos en la zona (el del Chan da Lagoa y el del Outeiro dos Cogoludos), en los que se ven imágenes de animales rodeados de jinetes tratando de dominarlos, señalan que La Rapa en verdad es una tradición ancestral.

Sabucedo,  6 de julio del 2024 

Hoy ha sido un día muy especial, he disfrutado de una de las fiestas populares más antiguas de Galicia, A Rapa das Bestas. Esta fiesta se celebra durante el primer fin de semana de julio y durante tres días (viernes, sábado y domingo) en la pequeña aldea de Sabucedo, en el concello de A Estrada. 

Tengo que agradecer esta experiencia a la invitación especial que me hizo Manuel, mi guía durante este día y oriundo de esta pequeña aldea, aunque residente en Pontevedra. Su padre le inculcó el amor tanto por Sabucedo como por su fiesta. Todos los años Manuel y sus hermanos, involucrados de lleno en la organización y promoción de La Rapa, invitan a su vieja casa familiar a amigos y conocidos, para que disfruten de las jornadas caballares de Sabucedo. 

Como sólo fui a la segunda jornada, me perdí la tempranera misa de la alborada del viernes en la que los vecinos de Sabucedo piden a San Lorenzo protección para que ni animales ni humanos salgan malheridos en estos días. Después de las bendiciones los sabucenses, acompañados de gentes llegadas de otros lugares, suben a los montes de Montouto y se dedican a reunir las yeguadas del santo.

Aunque también me perdí la tercera jornada de La Rapa, la del domingo; pude disfrutar de toda la del sábado. 

Llegué a Sabucedo a las 10 de la mañana y aparqué en una de las fincas que los vecinos habilitan como zonas de aparcamiento para los vehículos de los visitantes. Durante las jornadas de la fiesta, para no entorpecer el paso de los animales, no se puede ni circular ni aparcar dentro de la aldea y sólo pueden acceder a ella los que tienen un pase especial.  Cuando me encontré con mi anfitrión Manuel, con su mujer y su hijo, me informaron que caminaríamos hasta O Peón, el lugar en el monte donde los vecinos habían agrupado los caballos el día anterior. Desde allí haríamos la bajada, acompañaríamos a la yeguada del santo hasta Sabucedo. 

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De camino a O Peón seguimos la Ruta de los Molinos de Vesacarballa, un pequeño sendero a las afueras de la aldea, que transcurre a orillas de un riachuelo, a lo largo del cual hay cinco antiguos molinos de agua. El primero es conocido como A Fábrica o el Serradoiro do Mestre o de los Regueiro. Me extrañó su planta, diferente a todos los molinos de agua gallegos que había visto antes y Manuel me aclaró que su aspecto se debía a que en su día además de molino para la harina, también fue aserradero y que en su interior había un horno donde cocían pan.

Caminando río abajo pasamos al lado de un puente de piedra y seguimos hasta llegar a un segundo molino, el de la Casa do Comercio. Después fuimos encontrando los otros tres molinos, el de Paradas, el del Medio y el del Ovelleiro. Junto al segundo de estos tres últimos molinos de agua hay un precioso puente de madera rodeado de una frondosa arboleda, al lado de unas pequeñas cascadas y donde el musgo verde lo invade todo. Me enamoré totalmente de ese rincón, un lugar ideal para los amantes de la naturaleza, en el que parece que el tiempo se ha detenido y donde el espíritu del caminante se llena de paz.

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Finalizamos la ruta de los molinos y entramos en un pequeño bosque de acebos. Seguimos caminando por un polvoriento sendero en el que a menudo nos cruzamos con numerosos jinetes llegados de diferentes rincones de Galicia y que, al igual que nosotros, se dirigían hacia donde estaba la manada de caballos para la bajada.

En el último tramo de aquel polvoriento sendero tuvimos que subir una gran cuesta en la que había congregada mucha gente a la espera de que la yeguada del santo bajase y para acompañarla hasta Sabucedo. Allí había incluso gente apostada en lo alto de los árboles y eso para alguien que, como yo, presenciase por primera vez el espectáculo de la bajada, ejercía un fuerte impacto y a la vez generaba un sentimiento de respeto y temor por lo que se podría vivir esa mañana. Estamos hablando de animales salvajes que viven libres todo el año en los montes.

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Por fin llegamos a lo alto del monte, hasta el lugar conocido como O Peón, allí había una gran cantidad de caballos salvajes a la espera de ser conducidos hasta Sabucedo. Eso es lo que los sabucenses llaman A Baixa, la bajada. 

Manuel nos contó que los caballos de aquella gran manada se dividirían en pequeños grupos y que entre éstos se metía la gente para mantenerlos separados unos de otros, lo que facilita la bajada hasta la aldea. Nosotros también iríamos entre dos de esos grupos de caballos.

En ese momento el anfitrión me recomendó que, mientras no bajasen los caballos, volviera hasta la gran cuesta que habíamos subido unos minutos antes, ya que era un lugar idóneo para hacer fotos. Regresé a aquel lugar y busqué un sitio con un árbol en el que estuviese a la vez protegida y pudiera tener cerca los caballos para poder fotografiarlos bien. Sabía que estaba en el lugar idóneo porque a mi alrededor había muchos fotógrafos profesionales, de diferentes partes del mundo y todos ellos deseosos de inmortalizar con espectaculares imágenes esta fiesta ancestral. 

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Después de un tiempo de espera vi llegar un gran número de jinetes y en la lejanía escuché gritos y silbidos, era la señal de la llegada de los caballos. En esos momentos estaba muy nerviosa, imaginaba aquellas secuencias de las películas con estampidas de caballos salvajes asustados que, al galope y ciegos, se llevaban todo por delante. Pero no me hizo falta parapetarme detrás de ningún árbol, lo vivido en Sabucedo no tenía nada que ver con esa ficción. Los caballos de la manada del santo andaban tranquilos, a pesar de estar rodeados de gente. Quizás llevan ya tantos años haciendo esa bajada, que saben que no hay peligro.

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Siguiendo las recomendaciones de Manuel, hice la bajada entre dos grupos de caballos y llegué a tenerlos tan cerca que casi podía tocarlos. Poco a poco me sentí contagiada por su calma y fui perdiendo mi miedo inicial. Aunque en ciertos momentos, tengo que confesar que sentí frustración puesto que al tener que llevar un ritmo constante, no había mucha posibilidad de hacer buenas fotos de aquellos nobles animales que caminaban a pocos centímetros de mi espalda.

Durante la bajada, de vez en cuando, nos llevábamos un pequeño sobresalto ya que algún caballo intentaba salirse del grupo. Según me contaron era una reacción normal, ya que en los grupos solían ir animales de diferentes manadas que intentaban escaparse para reunirse de nuevo con los suyos. Tan pronto algún caballo se salía del grupo, los vecinos lo reconducían con gritos y con los brazos abiertos. Me gustó ver que, aunque la gente llevaba palos en las manos, en ningún momento se utilizaron para golpear a los caballos, tan solo se usaban para abrir los brazos, abarcar más espacio y reconducir a los despistados de nuevo al grupo con el que hacían la bajada.

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Al mediodía entré en Sabucedo entre dos grupos de caballos y recorrí junto a otras personas sus calles estrechas, observados en todo momento por gentes curiosas que contemplaban el espectáculo desde lo alto de los muros. 

Los grupos de caballos se reagrupan dentro del Curro Viejo de Sabucedo y quedan allí hasta la tarde, momento en el que son trasladados hasta el Curro Nuevo, donde son rapados por los aloitadores. Mientras tanto, los humanos ocupamos el tiempo en comer en los distintos puestos de comida que hay alrededor del Curro Nuevo. En mi caso comí en la casa familiar de Manuel, donde degusté un excelente asado preparado por dos grandes chefs, Antonio y Juan, quienes durante estos días se encargan de preparar la comida para los invitados de la familia.

Había que recuperar fuerzas para asistir a la tarde a La Rapa.

Los anfitriones me contaron que actualmente en Sabucedo hay dos curros. Uno de ellos es el Curro Viejo, construido junto a la iglesia parroquial y que durante más de 200 años fue escenario de La Rapa. Con el tiempo, dada la afluencia de público interesado en presenciar el espectáculo de los aloitadores o luchadores, el viejo curro se fue quedando pequeño y se construyó uno nuevo. El Curro Nuevo es el lugar en el que actualmente se lleva a cabo La Rapa das Bestas y a pesar de que tiene una capacidad para unas 3.000 personas, todos los años se llena y aún se queda gente fuera. Esta cifra nos da una idea sobre la cantidad de visitantes que recibe esta pequeña aldea durante sus fiestas, hay que decir que durante el año en Sabucedo viven unos 60 habitantes.

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Rodeados de expectantes y silenciosos espectadores, mayoritariamente sentados en las gradas del curro, entra la yeguada del santo en el foso de arena para que los aloitadores les corten las crines y los desparasiten. 

Antes de que los aloitadores hagan su trabajo, los niños y niñas sabucenses se ocupan de separar a los potros de la yeguada y los llevan a un lugar seguro apartado del recinto, para que durante La Rapa no resulten heridos. Los niños y niñas de Sabucedo, atentamente vigilados y aleccionados por los experimentados adultos, comienzan así con su ritual de iniciación en la lucha contra los caballos.

Una vez se han apartado los potros comienza la Rapa das Bestas de Sabucedo y el primero en ser rapado y desparasitado fue el macho garañón de la manada.

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La principal característica de A Rapa das Bestas de Sabucedo es la lucha cuerpo a cuerpo entre los aloitadores y los caballos. El ser humano únicamente utiliza su propia fuerza para reducir al animal.

Para que ni personas ni animales resulten heridos, los aloitadores deben trabajar perfectamente coordinados y con ese objetivo tienen establecido un estricto código de acción. Cuando seleccionan un caballo para raparlo, actúan de 3 en 3. Uno de ellos se sube a la grupa del caballo, otro lo sujeta bien por la cabeza y le tapa los ojos para calmarlo, mientras un tercero lo agarra de la cola y tira de ella para desequilibrarlo. Una vez tienen bien sujeto al animal, ya sea en pie o tumbado en el suelo, se le cortan las crines y se desparasitan. Mientras esto sucede hay un pequeño grupo de aloitadores ocupándose de mantener alejada a la manada, para evitar que pisoteen o hieran a alguien.

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Aloitar o luchar con cada caballo de la manada es un trabajo muy cansado y algunos aloitadores terminan con huesos dislocados. Hoy tuvieron unas cuatro horas de duro trabajo. Además de mucha fuerza física me di cuenta de que estas personas también requieren de habilidad y destreza con los caballos. Por esta razón, tal y como me contaron los sabucenses, sólo ellos pueden bajar al foso del curro para luchar contra los caballos, llevan generaciones formándose en la lucha cuerpo a cuerpo con estos animales.

Actualmente se puede ver a fotógrafos y medios de comunicación bajar al foso para hacer fotografías, pero lo hacen siempre bajo la atenta mirada de los aloitadores que están en el foso.

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A Rapa das Bestas de San Lorenzo de Sabuceo es un espectáculo visual increíble. Todos los años despierta la curiosidad no sólo de numerosos espectadores sino también de medios de comunicación de todas partes del mundo, que conviven esos días con los sabucenses para conocer a fondo esta tradición ancestral. Los habitantes de esta aldea sienten especial orgullo por el reportaje que hicieron los de la conocida revista National Geographic hace unos años. Ese reportaje dio a conocer a su aldea y su trabajo con los caballos a nivel mundial.

Es comprensible que este festejo, con el objetivo de protegerlo, haya sido declarado Bien de Interés Cultural del patrimonio inmaterial de Galicia. La labor de este pueblo va más allá de los festejos de A Rapa puesto que han convertido sus montes en un santuario para caballos salvajes. Hasta aquí traen yeguadas que en otras zonas son rechazados o bien por ser un peligro para la circulación o una amenaza para los campos cultivados. Los sabucenses están comprometidos con la protección del caballo gallego de pura raza, de pequeño tamaño, muy dócil y que se cree que fueron introducidos en la Península Ibérica por los celtas. La desparasitación que se le hace a estos animales durante La Rapa permite que éstos se mantengan sanos cada año.

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